Pedacogia
Páginas: 22 (5290 palabras)
Publicado: 21 de octubre de 2012
Jaques Gélis
Durante siglos y a pesar de los esfuerzos de la iglesia para abolirla, domino en Europa occidental lo que podría llamarse una “conciencia naturalista” de la vida y del paso del tiempo. En una sociedad que siguió siendo profundamente rural hasta el siglo pasado, la tierra madre era el origen de todo tipo de vida: un vivero inagotable que garantizaba la renovación de las especies, y en particular la de la especie humana. Todos los años la naturaleza representaba la misma obra; las estaciones se seguían sin tregua, y el mundo era arrastrado por este movimiento sin fin. En este universo en constante renovación, no había nada más grave que la esterilidad de la pareja, porque interrumpía el ciclo y quebraba la solidaridad del linaje. Cada miembro de la familia de los demás; sin ellos, no era nada. Los adultos en edad de tener hijos establecían el vinculo entre pasado y futuro, entre humanidad pasada y una humanidad venidera. Romper el hilo era una responsabilidad insensata. Y puesto que la mujer era quien llevaba en su seno al niño, quien lo alumbraba y quien seguidamente lo alimentaba desempañaba un papel esencial: era ella la depositaria de la familia y de la especie. De ahí los ritos de la fecundidad a los que se sometía en los “santuarios de la naturaleza”, cerca de las piedras de fecundidad, de los manantiales y de los árboles fecundantes, como si la semilla del niño se hallara en la naturaleza, cerca de ciertos lugares privilegiados. Cada individuo escribía un arco de vida, más o menos largo, según la duración de su existencia; se salía de la tierra por la concepción, y se volvía a ella por la muerte. En efecto, bajo tierra se encontraba la residencia de los muertos, la reserva de las almas que habían “entregado el alma” y que un día reencarnarían en uno de sus nietos. ¿Acaso no se perpetuó durante mucho tiempo la costumbre de dar el nombre del abuelo o abuela al nieto o nieta, como para afianzar mejor la permanencia de la familia?(1) Tras estas creencias y comportamientos se adivina la estructura circular de un ciclo vital y original y se trasluce la idea de un mundo pleno, de una gran familia de vivos y muertos siempre igual en número, que pierde aquí lo que recupera allá. Esta conciencia de la vida y esta imagen del sucederse de las generaciones remitían a una conciencia del cuerpo muy diferente de la nuestra. Dicha imagen del cuerpo era ambivalente. Cada ser tenía su propio cuerpo, pero la dependencia respecto del linaje la solidaridad de sangre eran tan fuertes que el individuo no podía sentir su cuerpo como plenamente autónomo: este cuerpo era el suyo, pero era también de “los demás”, el de la gran familia de los vivos y de los antepasados muertos. El destino colectivo al que uno se hallaba asociado estrechamente y el disfrute de los placeres de la existencia – la aspiración a “querer vivir su propia vida” que nosotros consideramos legítimo – eran contradictorios, y la prioridad se dirigía al cuerpo cuya perennidad había que garantizar a toda costa, al cuerpo del linaje. El individuo sólo disponía del suyo en la medida en este disfrute no contrariara los intereses de la 1
familia. En cierto sentido, el hombre transmitía la vida sin poder en realidad vivir la suya. Su único deber era dar la vida. En esta concepción de la vida y del cuerpo, al niño se le consideraba vástago del tronco comunitario, parte del gran cuerpo colectivo que, mediante la superposición de las generaciones, excedía al tiempo. Por consiguiente, pertenecía al linaje ala menos tanto como a sus padres. En este sentido, era un niño “público” . Sin embargo, el estrecho vínculo que le unía a su madre hasta el destete, se contradecía, en apariencia, con esta interpretación. En realidad, esa relación...
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