Edie Sedgwick
Edie no tenía la menor intención de perder el tiempo saliendo a la caza de un buen partido. Quería brillar enManhattan, pero no como la debutante cursi típica de las galas del Waldorf Astoria: deseaba adentrarse en los territorios de la modernidad, reinar en los templos de la nueva ola. Y cada noche, tras besar a su abuelita, salía a zambullirse en la noche neoyorquina, donde se convirtió en un personaje de referencia. Era bonita, divertida, tenía clase y se movía en un Mercedes con chófer. En unas semanaslos locales de moda de Manhattan el Ondine, el Arthur o el Shepheard'sse disputaban su presencia. Todo el mundo la consideraba la party girl del momento. Andy Warhol conoció a Edie Sedgwick en una fiesta en el ático de Lester Persky, un productor de publicidad cuyo privilegiado apartamento en la calle 59 era lugar de encuentro de la élite social e intelectual del Nueva York de los sesenta. Edie,que era una bailarina excepcional, estaba subida en una plataforma, moviéndose al ritmo de la música. Una amiga de Andy, Isabelle Collin Dufresne, Ultra Violette, dijo al verla: "Inhala glamour y exhala glamour. La palabra glamour está acuñada para ella. Según Víctor Bockris, biógrafo de Warhol, otro de los amigos del artista fue menos complaciente al asegurar que Edie "era como una HollyGolightly [la protagonista de Desayuno con diamantes] majareta. Sea como fuere, Andy Warhol se sintió fascinado por aquella muchacha joven y esbelta, alta y delgadísima, de largas piernas y ojos oscuros que alguien dijo que eran "del color de una tableta de chocolate Hershey metida en el congelador. De no haber sido homosexual, Warhol la habría pedido en matrimonio aquella misma noche. Antes demarcharse, hizo a Sedwgick lo más parecido a una declaración de amor: "Quiero hacer una película contigo". Edie no lo sabía, pero aquella frase eran las palabras mágicas que daban paso libre al universo de la Factory. En 1965, el espacio creado por Warhol en el número 231 de la calle 47 se había convertido en la tierra prometida de la new wave. Enteramente recubierto de plata, como un espejo gigantesco,la Factory era plató de cine, marco de orgías, telón de fondo de sesiones fotográficas y, sobre todo, lugar de referencia para todo aquel que quería ser alguien: allí podía encontrarse a Rudolph Nureyev, Tennessee Williams, Jackson Pollock, Jane Fonda, William Burroughs. Judy Garland, Roy Liechtenstein o Jim Morrison. Por supuesto, también los policías eran asiduos visitantes del local cuando,alertados por los vecinos, se convertían en artistas invitados que contemplaban, atónitos, los desmadres de Andy y sus amigos. En la Factory, uno podía escuchar música de Puccini mientras inhalaba gas de la risa, inyectarse droga, merendar pastel de marihuana o participar en un número de sadomasoquismo, todo en la misma tarde. Cualquier cosa era posible. Edie entró por la puerta grande en el mundo...
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