Despertó a medianoche.Había dejado de llover y de nuevo tuvo miedo. El Negro,el brutal bandido que su marido había apresado, se lo habían llevado los carabineros,pero ella había alcanzado a sorber el odio de sus crueles y enrojecidos ojos. En los dos días que tardó en llegar la policía a ese lugar tan apartado le rogó a sumarido que lo soltara para no tenerlo de enemigo, pero eso no ocurriió y no vivió tranquila desde ese momento. Y a pesar de haberle asistido en la herida que le habíainfligido su marido en el camino a casa el Negro había jurado venarse. Insensible a los golpes se debatió entre los policías profiriendo feroces amenazas de muerte paraellos dos.-Te mato a ti y tamién'a esa yegüa fina.- Y ella tenía el pálpito que no duraría mucho tiempo preso en la comisaría rural. MIró a su marido dormirplácidamente a su lado y escuchó el trote de un caballo que venía por el camino. Despertó a su marido que miró por la ventana viendo al Negro que llegaba a paso lento. Y ella losabía. Su marido le puso un revólver en las manos recomendándole que apuntara con cuidado si se asomaba el bandido que el saldría por el corredor para sorprenderlo.Sintió las gotas de agua que caían del alero teniendo la vista fija en el vano de la puerta. Esperaba el amanecer y que vinieran los inquilinos a ayudarlos. Entrevióuna sombra densa que se asomaba en la puerta y disparó. Escuchó un quejido de esa voz tan conocida. Tocó el cuerpo. Era su marido que le decía que huyera mientrasfluía su sangre entre sus dedos. -Amor, voy a curate.-pero él no respondió.Crujió el piso de tablas ante ella y buscó a tientas el revólver que no pudo alcanzar
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