insumo 4
Oscar de la Borbolla
Al llegar a su casa, Inés escuchó el impaciente sonido del teléfono. Había vuelto de prisa, pues a medio camino reparó en la falta de unos papeles sin los cuales no podía presentarse en su despacho; venía molesta por el retraso: la mañana iba a desordenársele y todas sus citas quedarían corridas. ¿Quién llamaría a esas horas? Entró y se dirigió ala mesita donde el aullido intermitente comenzaba a enronquecer.
Del otro lado de la línea, Juan, soñoliento todavía, se acercaba con paso maquinal a la estancia desde la que, a su vez, era convocado por los timbrazos del teléfono: se había desvelado con los últimos retoques de cierto retrato que debía entregar por la tarde, y sólo el taladro plañidero del aparato telefónico con su incansablepersistencia había logrado resucitado del fondo del sueño. En el mismo instante, ambos descolgaron el auricular: Bueno, dijo Inés. Bueno, dijo Juan. ¿Con quién quiere hablar?, preguntaron a un tiempo. ¿Cómo que con quién quiero hablar?, si es usted el que está llamando, replicó Inés con un tono áspero en el que se advertía el disgusto.
Perdóneme, repuso Juan de modo conciliador, despabilándoseapenas, pero yo no la he llamado: descolgué mi teléfono porque sonaba, porque usted, creo, marcó mi número. Su voz, adormilada aún, daba crédito a sus palabras, las revelaba sinceras. Así que Inés, extrañada, pero admitiendo aquella explicación, agregó amablemente:
Pues a mí me ha ocurrido otro tanto: mi teléfono sonó y lo descolgué. Ambos sonrieron y sin extenderse más, intercambiaron susdisculpas.
Juan bostezó, miró hacia el retrato recién terminado en la madrugada: una gota de aceite vencida por la fuerza de gravedad se había precipitado como una lágrima: la cara regordeta que flotaba en el espacio del lienzo se había arruinado. Tomó un trozo de estopa para absorber el exceso de humedad y, repasando el rostro con unos pinceles limpios, corrigió el desperfecto; se felicitó por elazar que lo había despertado justo a tiempo: antes de que la gota escurrida se hubiera secado haciendo indispensable repintar el retrato y acaso hasta diferir su entrega.
Volvió a la cama complacido; pero ya no pudo conciliar el sueño o, por lo menos, no pudo hundirse profundamente en él: los pensamientos ocupaban el lugar de las imágenes, pensaba dormido en vez de soñar: una largaconversación con la mujer del teléfono lo mantuvo en estado de duermevela hasta la una de la tarde, cuando, harto de tanta vuelta inútil, decidió levantarse. En ese mismo momento, Inés mostró a la pareja que tenía ante su escritorio los papeles donde se estipulaban las cláusulas de un divorcio. Yo estoy de acuerdo, dijo el marido. Pues yo no, dijo la esposa: la pensión alimenticia me parece baja. ¡Bajo eltreinta y cinco por ciento!, dijo él indignado, a usted abogada, ¿le parece bajo? Fue lo convenido, respondió Inés; pero si la señora no está de acuerdo, les suplico pasen a discutirlo al privado, y señaló una puerta que abría a una salita adonde los esposos entraron. Al quedarse sola, Inés clavó la vista en su escritorio y le vino a la mente el choque brutal que por la mañana había despedazado elautomóvil que iba delante del suyo. Si cuando regresé a mi casa no me hubiera entretenido ese instante por culpa del teléfono, ahora no estaría aquí, pensó, mientras que del privado salía una retahíla de injurias: Cuarenta por ciento o no firmo nada.
Juan aflojó las uñas que sujetaban el lienzo al caballete y llevó el cuadro delante del espejo del baño: los ojos le habían quedado chuecos;levantó los hombros y refiriéndose al retrato dijo: Qué feo estás cabrón; pero eres igualito a tu dueño. A un lado del botiquín, en la repisa de porcelana adosada a la pared había dos cepillos de dientes: uno pertenecía a Juan, el otro era el único recuerdo que el pintor conservaba de su última amante de planta: una morena de unos veinticinco años que se alquilaba de modelo y, eventualmente, según...
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