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Para Ferny, con mucho cariño.
No sé si les ha pasado, sentirse con los pies pesados, avanzar con una ola de gente, movidos por la monótona sincronía del tiempo, que nunca para, que nunca sede. No sé si les ha pasado, que uno lleva una vida tan común y corriente, y lo que es peor muy corriente, austera de toda sensación nueva, cansada de repetir cada paso, cada acto, cada palabra, cada gente.¡Ha! Pero cuando uno está enamorado, se detiene el tiempo, y cada mirada es pura y nueva, la vida común y corriente, cambia a una vida bienaventurada, y nada corriente. Se enriquece cada acto, cada paso, cada palabra, cada gente. Y uno se siente hasta capaz de detener el tiempo y marchar contra la corriente. Y esa ola de gente se vuelve mar de algarabía, ágora de esperanza, masa que todo lo puede. Ylos pies, que antes eran inmóviles yunques, se vuelven alas. ¿Les ha pasado, que un día, nada común y corriente, despierten y estén enamorados? Tan enamorados que no sepan si están vivos o muertos, en el cielo o en el más cruel de los infiernos, Tan enamorados como Ricardo, que no ve venir a su amada. -¡Ojala qué sí! –Ricardo dice impacientemente. “Ojala que sí” es una frase que Ricardo llevarepitiéndose todos los días, con excepción de los jueves, durante casi un mes. Los jueves son días de gloria e infierno para Ricardo. De gloria porque encuentra descanso de su tedioso trabajo, de infierno porque se priva de ver lo que espera cada mañana. Dentro del metro de la ciudad, para ser más precisos en la estación chabacano -¡Ojala que sí!- repite un poco más desesperado. Por fuera luce comocualquier tipo, por dentro le comen las ansias. Ojala que aparezca el dulce encanto de sus ojos, que desde hace casi un mes no sólo le roba la mirada, también le hurta el sueño.
Ricardo no olvida la primera vez que la vio, ni tampoco pierde detalle de todas las veces que la ha visto. Ella es morena, de cabello lacio, muy lacio y negro, muy negro que brilla como las noches de luna, y estrellas.No es muy alta y no le hace falta serlo, porque así, como es, le sobra encanto en su cuerpo. Idiota o ciego el que no voltee para ver. Fino el rostro, pequeña la boca, aguda la nariz y almendrados los ojos, que miran siempre con cierta melancolía. La simetría perfecta del cuerpo, la esconde un uniforme negro, de una famosa tienda departamental, falda arriba de la rodilla, blusa blanca, abrigada conun saco muy formal. Los zapatos, con un leve tacón, hacen que las piernas le luzcan más. Ricardo nunca pierde de vista el hermoso talle, mira discretamente, y con reverenda devoción, hasta el más mínimo detalle. -¡Que de mujer!- se dice –también, y tan bien, lo digo yo.
En el reloj son casi ya las siete con cuarentaicinco, la ilusión de Ricardo no aparece. Empieza a preocuparse porque llegaratarde al trabajo por enésima vez en el mes, por culpa de ella otra vez. Un tren, pasan dos, y luego tres. Y como un milagro – de hecho toda ellas es un milagro – aparece con prisa, pero sin perder el porte, baja las escaleras y como de costumbre espera el tren en el lugar de siempre. Ricardo que ya la estaba esperando a unos cuantos metros de ahí, hace un gesto de desentendido, la mira, ella lomira, y como desde hace casi un mes se sonríen, como si en silencio se dieran los buenos días. Aunque solo los separan dos metros y pico de distancia, él no se atreve a saludarla. Junto al andén ellos, y otros desconocidos, esperan el tren. Por fin llega el convoy, ella entra y le abren paso, y en la puerta contigua el entra abriéndose paso, antes que el timbre toque y se dé el portazo. Ya dentro ycomo desde casi un mes, Ricardo busca entre la gente la bella imagen de aquella muchacha, su mirada, siempre tan discreta y cordial, quita del camino a quien le estorba, hasta que su vista alcanza el objetivo. En cada estación bajan algunos y suben muchos, hasta que llega el punto en donde la cantidad de gente es tanta que le cubre la vista al pobre, y no puede ver más allá que al que tiene...