En El Metro
de Pierina Soledad Quintero Peraza, el Sábado, 14 de agosto de 2010 a la(s) 13:56
-Disculpe señorita, lleva el bolso abierto- dijo él la primera vez que lo vio y la sonrisa que lo acompañaba parecía divertida por aquella torpeza de la usuaria del subterráneo.
Apenada, pasó raudo el cierre a la pesada cartera que llevada siempre como si su vidaestuviera dentro de ella. En la escuela, le gustaba llevar todos los útiles que habían pedido al iniciar el periodo de clases, para no pasar la "pena" de no tenerlo si le pedían alguno y perder la oportunidad de aprender una cosa nueva. No importaba si el morral pesaba una tonelada; la hacía feliz saber que adentro estaban sus objetos nuevos, recién forrados y en orden del más grande al más pequeño.Eran como una especie de armas para aprovechar hasta lo más mínimo que le enseñaran, como si el aprendizaje fuese un apasionado reto al cual no huía por difícil que pareciera, sino que más se motivaba en saber de todo a su alrededor. Aún ahora su gran cartera era la armería para enfrentar el día a día, sin tanto entusiasmo como antes pero siempre dispuesta a no dejarse sorprender porque le faltaraalgo para sacarle el mejor provecho a una novedad.
-Gracias -balbuceó al desconocido, que seguía sonriendo frente a ella como esperando algo más. Pudo detallar lo elegante que se veía dentro de un sobretodo azul que contrastaba con el calor que en la hora pico reinaba en el metro. "Si ya me han robado algo, me daré cuanta al necesitarlo porque con este perolero...", dijo orgullosa de poderdemostrarle seguridad a pesar de lo deliciosamente nerviosa que la había puesto el caballero.
Él hizo un gesto de aprobación y se alejó para ubicarse en donde el suelo desgastado hacía ver que estaría una puerta del vagón. Llevada unos libros y un portafolio negro, cuya seriedad contrastaba con el celular de última generación que usaba a modo de ipod a juzgar por un audífono que a descuido colgabade su oreja. Ella aprovechó la espera para arreglarse la cola de caballo que rigurosamente usaba para contrarrestar el calor, al tiempo que lo seguía con la mirilla del ojo. Odió las canas que se saltaron a su frente para luego recriminarse por no haber ido a comprar el tinte para el cabello. No lo había hecho porque los intrusos blancos no eran muchos y los había lucido con cierto orgullo desaberse simpática con ese toque de madurez. También se le había ocurrido pensar que el taparse esta muestra del paso del tiempo era como tratar de negarlo y, si bien había cosas de su pasado que no le gustaban, se sentía hipócrita al querer "negrearlas". Pero de hoy no pasaba el ir por el colorante que se le hacía urgente desde hace un par de segundos cuando él se le acercó.
"Me muero si se dacuenta de que lo estoy viendo", se avergonzaba de antemano mientras el tren se detuvo, la multitud citadina entro a empujones tras los minutos perdidos o mal aprovechados y luego de buscar asientos vacíos quedaron uno al lado del otro.
Gracias a mi hijo Oscar Sebastián estoy experimentando ser niña otra vez. El volver a la infancia d la mano d mi pequeño es una nueva oportunidad d aprender ydisfrutar pero d una forma más consciente. Jugar es la única prioridad y a los adultos nos permite abstraernos d la cruda vida real. Y, además, quedar en la memoria de mi Sebas como el más fiel compañero d aventuras. Las risas por las cosas más cotidianas (la comida q se le cae d su cubierto al tratar d comer sólo o por la figura d una sobra en el piso), se convierten en sonoras carcajadas. Eldiafragma termina doliendo de tanto batir el diente, sólo por burlarnos d como ha quedado la perra con los pelos parados después d sacudirse. Hasta he retomado la capacidad d sorprenderme por la altura q alcanza una pelota de plástico, mientras mi hijo abre enormemente sus ojitos ante lo q para él parece ser lo más increíble del mundo. Gracias mi Sebas por hacerme tan feliz como lo eres tú! Te amo!
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