De nuevo

"¿Ya puedo abrir los ojos?"

Nuevamente le escuchaba pronunciar esas palabras. De no ser porque no dejaba de sostener su mano, mi sepulcral silencio posiblemente le habría hecho pensar queabandoné la habitación -cosa de la que hubiese sido incapaz, de cualquier manera-.

"¿Por qué no dices nada?"

Su voz era tranquila y melodiosa, mostrando su ignorancia de todo lo que había pasado.Aquel apacible tono de voz suyo era lo único que lograba que yo mantuviese la calma en esos momentos. ¿O era, acaso, el cruel contraste entre la paz de su hablar y la tortuosidad de la situación en la quenos encontrábamos lo que más minaba mi espíritu?

"Ya, me cansé."

Otra vez. Otra vez se había impacientado, haciéndome saber lo que vendría a continuación. Soltó mi mano y procedió a retirarel vendaje que cubría sus ojos. Me mantuve en silencio y no hice nada, porque no había nada que pudiera hacer. Parecía como si cada vez lo hiciese más rápido, como si las vendas estuvieran desesperadaspor abandonarle.

"No puedo ver."

La tranquilidad característica de su voz había sido reemplazada por un pavor surreal, aquel que nace cuando algo es tan horrible que una parte del ser,empapada en terror, se refugia en la negación y la incredulidad, intentando convencerse a sí mismo de que lo que se vive no es más que un mal sueño del que tarde o temprano despertará.

"¡No puedo ver!¡No puedo ver nada!"

Lágrimas tan incoloras como sus pupilas comenzaron a brotar incesantemente de sus ojos mientras los tallaba con sus puños, como si tal acto fuera a devolverle la vista. Erainútil, ¿pero qué más le quedaba por hacer?

Cuando pareció darse cuenta de que aquello sería infructuoso, se lanzó fuera de la cama de hospital en la que estaba, con una agilidad y rapidez insólitapara alguien en su condición. El personal médico volvió a intervenir y le sometió enérgicamente, a sabiendas de lo violentas que serían sus reacciones. Se retorcía y sollozaba en un ataque de pánico...